domingo, 30 de marzo de 2008

Cultura popular

LOS CUENTOS DE PASCUAL
Mitos y Leyendas del piedemonte llanero

ALBERTO BAQUERO NARIÑO

INSTITUTO COLOMBIANO DE ANTROPOLOGIA



LA IMAGINERÍA POPULAR (I)

LA VERDAD SABIDA

La imaginería popular en las comunidades es la verdad sabida y poco pronunciada, en razón a temores sentidos y secretos que colectivamente se esconden o se guardan como un tesoro que es mejor no desenterrar. El origen analfabético proviene del patrón africano o del indígena. El origen culto o letrado llegó del europeo. El sentido ritual de las manifestaciones espirituales de latinoamérica, impone un determinado silencio.

Lo esotérico y misterioso de los mitos y leyendas es su principal vehículo de preservación porque encierra multitud de preguntas sin respuesta, como la fe de los fanatismos y las creencias comunes.

Este aire tenebroso de algunos relatos que surgen en la obscuridad y se maximizan en ella, es un atractivo intenso para su difusión cosmopolita y la verdad rural de muchos habitantes.


El refranero del pueblo que como las creencias míticas llegaron y se continúan transmitiendo por tradición oral, es sabio en la síntesis de muchas situaciones:

"No creo en brujas, pero que las hay, las hay". Con este refrán queda intacta la creencia popular pero a la vez se advierte que el sujeto no cree en ellas. Es algo así como el ateo criollo cuando afirma: "Por Dios Santísimo, no creo en Dios".

En cierta manera, las creencias míticas del pueblo se aproximan a la categoría de una ideología social, que es aquella forma individual y colectiva de afirmarse en algo que explica de alguna manera lógica o por actos de fé, origenes y destinos de los hombres, como sin duda lo es "la otra vida" que es de donde provienen los duendes, los espantos, las ánimas, los espíritus, no así las brujas que parecen ser de alguna próxima o lejana vecindad terrenal en pacto con el mal. La ideología social es imposible de erradicar de una comunidad. Ciertos gobiernos totalitarios lo intentaron sin éxito alguno. Polonia es, tal vez, un ejemplo excelente, respecto a la religión, que es la ideología social por excelencia y que coexiste con otras creencias sin que la reemplacen.

Los cuentos del pueblo trazan una diferencia con aquellos cuentos citadinos en los cuales la trama y los personajes transcurren por un misterio diferente casi universalizado por los grandes maestros como Edgar Allan Poe, donde la casa o el castillo son los escenarios de rutina. Claro está que son también niveles literarios diferentes que resultan de ángulos también distintos.

La cuentería o acto de contar cuentos es una evocación telúrica de los viejos y ancianos alrededor de quienes la muchachada familiar tiende un hilo de agradable vínculo, por supuesto en las comunidades que no se han desintegrado y conservan el espíritu del clan o de familia. Es la manera más noble y común de transmitir las creencias, las cuales también van de madre a hija, de padres a hijos, ó de padre a hijo. Las creencias y la obsesión del conocimiento pertenecen al hombre común. Solo que unos creen más que otros.

La riqueza de la imaginería popular deviene de la confluencia triétnica: para los aborígenes llaneros el ritmo de la vida se relaciona entre lo natural y lo sobrenatural. Es la misma concepción cosmogónica del africano donde toda actividad guarda relación con el equilibrio del Universo. El sistema de representación mítico lo establecen en elementos de la tierra, del aire o del fuego. En el mestizaje se incorporó la abundante mitología occidental religiosa y la superstición con raíces en lo profundo del medioevo, donde los más ahincados en la ciencia experimental eran los alquimistas en busca de la eterna juventud y la forma de fabricar oro.

Otras sectas católicas como los Caballeros Templarios en la conquista de los secretos más íntimos de la naturaleza divina. Y órdenes secretas con carácter religioso, como los Caballeros de Colón, el Opus Dei, Los Rosacrucistas. Otros de carácter político-literario eran los Mazones. Todo ello, con Europa llegó a América. La mayoría utilizaba representaciones físicas a manera de talismán, allí confluían las creencias y simbologías de cada congregación donde la vida era una ofrenda permanente y juramentada en su defensa.

La mezcla mítico-religiosa creó nuevos dioses y rituales: la magia del negro y la fe cristiana se funden en los orixás de Bahía o en el Vudú de Haití.

OTRAS CREENCIAS

La proximidad mítica de las creencias populares de esencia mestiza y origen en la transculturación de los patrones étnicos enfrentados y sintetizados, con la religión, con la superchería, el ocultismo, la brujería o con la magia negra, tiende a que sea relativamente sencillo el traspasar sus fronteras por parte de creyentes consuetudinarios. No obstante unos y otros son diferentes, a pesar de su irreconciliable fundamento.

La confusión ocurre porque ellas —las creencias— se afirman en un subconsciente también creyente, miedoso y supersticioso que parece indicarle rumbos a la muerte, para esperar —oh ilusión— que el acto de vivir no sea tan efímero: menos de un segundo astronómico en la edad del universo. En la mayoría de los casos, la conducta se deriva también de una decisión sopesada donde el temor y la búsqueda del más allá son concientes, no traumáticos. En ocasiones estas formas ilógicas del pensamiento responden a situaciones patológicas y contribuyen a disminuir tensiones.

El hombre necesita de creencias y eso lo demuestra la historia de la humanidad. Unos grupos étnicos u otros, concibieron el origen del Universo como una sacra creación de uno o varios dioses y el hombre como un ser al servicio de quien tuviese la potestad de representarlo y por supuesto la capacidad material de imponerlo. El simple agüero ronda la cotidianidad, en la lectura de la tasa del chocolate, de la ceniza del cigarrillo, no mirarse en espejo roto, evitar el paso por debajo de una escalera, temor al martes 13 y a los gatos negros.

La idolatría surge en el comienzo de la humanidad ante lo inexplicable de la vida y de sus fenómenos. Con posterioridad aparecen manifestaciones racionales que legitiman el ejercicio del poder en cabeza del más fuerte y le otorgan, en la necesidad de su conducción, origen divino, para el cual se establecen unos ritos ceremoniales donde las aromas, las estatuas, los tatuajes, los sahumerios, el agua, el fuego, los vestuarios, etc., cumplen la acción pública. El ritualismo obedece a la necesidad de alabanza de la deidad y de satisfacer obligaciones. La historia se encarga en diversas formas de extender esos orígenes hasta nuestro tiempo y de describir los detalles del proceso que es bien diferente en cada caso, en cada región. Las ideologías se encargan de vestir de seda a grandes criminales como fueron los inquisidores, o los masacradores de Tiananmen para no recordar la famosa Revolución Cultural China.

Las religiones que subsisten se conforman por una serie de creencias e interpretaciones de las élites que lograron popularizar y legalizar ante el establecimiento durante períodos importantes de la humanidad, mediante luchas sin cuartel como fueron Las Cruzadas y como es la guerra Santa que propugnan los fundamentalitas musulmanes para que la humanidad conserve los patrones conductuales del siglo XV, lo cual, de hecho, no es un absurdo, sino un anacronismo real. La sociedad civil fue controlada mediante la acción de las sectas secretas encargadas de aplicar su código negro.

La legalización histórica de la actividad religiosa contiene elementos positivos en cuanto que elimina prácticas ocultas que originan males peores y situaciones críticas en personalidades sensibles, o aprovechamientos desordenados de parte de quienes ofician de sacerdotes o de intermediarios entre esta vida y los seres o situaciones de la otra. El poder terrenal es el manjar de las religiones que en el discurso público pretenden las almas. Los Borgia fueron ejemplo. El Imán Komeini lo evidenció en la actualidad. La violencia en Colombia fué impulsada desde los púlpitos.

Las sociedades suelen condenar aquellas actividades esotéricas. Eso les otorga una ilegalidad que protege su condición secreta, en la mente del usuario. Eso pasa con los practicantes de la magia negra y con los que pretenden combatirla. Como son actividades marginales, segregadas, secretas, entonces toman el rumbo de penetrar en la angustiosa duda del creyente, en sus fracasos espirituales y materiales para echarle culpas a alguien y proponerle salidas, entre las cuales emerge la del enriquecimiento súbito por el hallazgo de un tesoro oculto por sagrados antepasados, ante lo cual, para conquistarlo se deberá emprender una vida austera y sumergirse en lo que puerilmente denominan como metafísica. Los centros emblanquecidos, los indios amazónicos, los extraños doctores mentalistas suelen surgir para colmar las expectativas de la psiquis o para apagar ánimos.

La acitividad religiosa cuando se institucionaliza crea un código moral que suelen ejecutar y controlar sus militantes con niveles obsesivos de fanatismo, disfrazado con votos de castidad, caridad, fé, abnegación, etc. El nivel de preparación de los sacerdotes o sacerdotizas es manifiesto en teología y en especialidades pedagógicas, lo cual hace que el ejercicio religioso y su labor misionera se impregne de valores éticos, por lo menos en el discurso, contrario a lo que ocurre con los practicantes empíricos de magias o de ocultismos. Las sectas norteamericanas poseen militantes antropólogos y linguístas con lo cual su penetración se facilita en particular en las comunidades aborígenes del tercer mundo.

La propensión social para prácticas heterodoxas en nuestro medio, es creada por el fanatismo tradicional católico y por el delirio del fanatismo cristiano de las sectas norteamericanas tipo Jim Jones, capaces de autoeliminarse sin más objetivo que una conclusión fatal de frustraciones colectivas encontradas. O el tétrico ku klux klan. Esto demuestra la colectivización del ocultismo, el sentir socializado de obtener un apoyo en el conocimiento de las causas de sus males y del porvenir. Sin embargo, el velo de aventura y de tiniebla que cubre el mito y la leyenda campesina no entra en competencia con creencias religiosas más profundas, de mayor conocimiento y práctica pública, pero el ánimo oculto de los mitos religiosos es una compuerta hacia todo aquello obscuro e incierto como es la vida y tan preciso o certero como es la muerte.

La creencia popular se halla arraigada en lo más íntimo del campesino, como al tiempo lo es su fe católica o protestante. Ambas para él son válidas.

En los múltiples recodos de la mente humana y en sus necesidades de conocimiento han explorado los hombres en diferentes épocas, tratando de explicar situaciones individuales o de adivinar el futuro de las personas. La adivinación por lo general se basa en análisis de líneas de la mano o los rasgos físicos más notables en particular de la cara. La quiromancia es toda una rama de la adivinación con pretensiones de ciencia pero que en la práctica es un medio de subsistencia de las pitonisas o de las gitanas. Las cartas o cartomancia son un componente básico de la adivinación y los naipes españoles de origen mozárabe cumplen con ese cometido. El tarot de origen hindú es quizá el instrumento que sirve más a la adivinación y los expertos en él hacen verdaderos documentos de situaciones de los usuarios. Sus pitonisos o intérpretes apuntan a señalar caracteres generales comunes que otorgan credibilidad.

La gama de recursos para emplearse en los vericuetos de adivinar el futuro de las personas y de las sociedades es múltiple. Uno que es quizá el de mayor envergadura es la astrología en la que existen tratados que explican lo divino y lo humano y que según las combinaciones de hora, día, mes y año elaboran radiografías de la predestinación de acuerdo con las leyes del zodíaco. Los orientales, entre ellos los chinos, son expertos en tal arte, o en tal oficio, surgido de la observación de los astros y del sistema solar. El horóscopo nace de esa corriente astral. Los Aztecas y los Mayas eran verdaderos astrónomos, no astrólogos, porque analizaron los movimientos de los astros y su relación con los climas y fenómenos naturales del globo terráqueo.

Otra forma esotérica es la ligada a la curandería en la cual ciertos conocimientos sobre las plantas otorgan ventajas en el tratamiento de dolencias. Los curanderos suelen combinar su fuerza experimental con elementos de digitopuntura, un pariente de la acupuntura, que es un método de control de los circuitos o flujos eléctricos y nerviosos —es decir, fisiológicos— del cuerpo humano y con mucho de magnetismo personal. La medicina ortodoxa utiliza también la hipnosis y la sugestión en ciertos casos. La curandería es una práctica mestiza que en gran medida proviene de las costumbres y tradiciones aborígenes del chamanismo pero que no es ejercida bajo los cánones éticos tribales. El amuleto hace parte de la vestimenta de hombres y mujeres. Los que poseen algún dinero se cuelgan un colmillo de felino pero en el campo es la pulsera con azabache que evita el mal de ojo. Como puede observarse una combinación empírica de todos estos componentes o de algunos de ellos en manos de uno o varios personajes inescrupulosos, resulta más espantosa que cualquier duende ingenuo campesino de los que relatan los mitos y leyendas, de las creencias populares. La proliferación de negocios del sortilegio y la conjura son producto de las tendencias de las gentes a creer en algo o en alguien que le ofrezca alguna respuesta del más allá.

INCORPORACIONES AL CREDO POPULAR

La credibilidad colectiva que resume o sintetiza tradiciones y elementos del misterio parroquial de las veredas que integra la totalidad del universo campesino, un universo sencillo basado en las fuerzas naturales y en su relación permanente con el trabajo, incorpora en la práctica cotidiana, de manera inconciente y continua, muchos elementos materiales y variados conocimientos que para el hombre de ciudad son incomprensibles; estos son plasmados en los relatos variados y cambiantes de los narradores espontáneos del campo, quienes jamás cuentan la misma versión.

Es usual la práctica de una astronomía en los hechos del trabajo rural como son las siembras, las recolecciones de cosechas, los partos, los apareamientos, las lluvias, el sonido de ciertos animales o su vuelo tradicional, la colocación de las estrellas, los cambios lunares, etc. que son parámetros que rigen la vida y sus relaciones, algunas de ellas, resumidas en el calendario Bristol. Ocurre que la extracción o incorporación para ‘lo diario" de aspectos astronómicos, y/o de las plantas, los rige una concepción equilibrada de las relaciones entre el hombre y la naturaleza, como pueden ser las fases de la luna para las siembras o el uso de plantas para efectos curativos. La astrología no es de su manejo. Poco importa para los efectos de su trabajo, el nombre de las constelaciones o de las estrellas y el significado que de ellos han edificado con tanto detalle muchas civilizaciones anteriores.

El conocimiento empírico para uso doméstico de los fenómenos naturales y las propiedades de las especies se encuentra acoplado en las labores productivas y en el normal rumbo de la existencia, heredado del conocimiento ancestral, aprendido de generación en generación, aún sin que se conozcan —repito— los nombres de las constelaciones ni las acepciones científicas de las plantas. Es la sabiduría popular, la cual actúa en el escenario particular del núcleo veredal, en el cual la creencia y el respeto accionan positivamente frente a un enfermo o a una relación entre individuos. Por fuera de ese mundo pequeño de la aldea donde ya no actúan condicionamientos sociológicos tradicionales, esa "magia" se reduce, se diluye y semeja posturas de ingenuidad infantil o de ridiculez senil, como suele ocurrir en círculos metropolitanos, donde los rasgos del dolor de las raíces ya no cuentan. El mundo para ellos y su máxima expectativa se halla en la ciudad, en las posibilidades del acceso al consumo orgiástico, agenciado desde otras latitudes mediante los medios masivos de comunicación.

Por supuesto que en el transcurso de las generaciones, en su contacto con otras formas culturales, la sabiduría popular se torna cambiante, sus patrones originales se envilecen, renuevan o refuerzan. Esta incorporación de nuevos elementos al igual que el despojo de otros se produce de modo inconciente. Es la dinámica particular de la cultura popular. Por ello el término de sabiduría popular, mirado en ese contexto, guarda cierta distancia frente a la acepción que las civilizaciones avanzadas le dan término, pese a que afirmar sobre civilizaciones avanzadas puede prestarse a una gran queja y merecida protesta. Aclaro que es una referencia al desarrollo material, científico y tecnológico.

Así, la creatividad popular que se manifiesta en los mitos y leyendas, es parte vertebral de la tradición oral y por consiguiente de la sabiduría popular, que en un análisis desde fuera (urbano) puede aparecer impregnada de vicios, prejuicios, vacíos, anacronismos y absurdos, algunos de ellos nefastos, como en verdad ocurre con la práctica degenerada y mercantil de la curandería, la magia negra, o el satanismo.

No siempre las tradiciones populares producen buenos efectos. En la China tradicional hasta hace muy poco se impedía el crecimiento de los piés femeninos mediante métodos infrahumanos, lo cual era aceptado con estoicismo sadomasoquista por todos, resignación particular de los orientales. En Antioquia se creía que los hijos eran una bendición y que cada uno traía el pan debajo del brazo. Esa creencia semifeudal elevada a cánones religiosos generó una explosión demográfica que al trasladarse a las comunas urbanas resultó fatal. Era usual familias con más de veinte hijos, un absurdo para el mundo actual, pero una ventaja relativa en la jornada montañera del siglo XIX porque era la mano de obra familiar.

En otros términos, la sabiduría popular se desadapta frente a la velocidad de los cambios del mundo contemporáneo y aquello que hace pocos años podía ser una verdad absoluta, ahora emerge como un remedio inadecuado. En Colombia, la desintegración del mundo rural con envilecimiento progresivo de las conductas salidas de la masificación urbana, impregna de la enfermedad del consumo convulsivo a todos los componentes sociales, por reacios que ellos sean, penetrando así en el mercado suntuario que causa endeudamiento individual y colectivo, con un agravante, cual es la demolición de los valores y el desprestigio de las raíces ancestrales.

No obstante, las creencias populares se hallan intactas. Estas carecen de afán competitivo frente a la práctica religiosa y se alzan a prudente distancia del confuso mundo de la magia negra, del vudú o de la hechicería. Carecen de parentesco con la brujería y no entra para nada en los vericuetos de la adivinación con cartas, astros o lineas de la mano. Tampoco tienen que ver con el espiritismo y las jornadas de invocación satánica de los aquelarres secretos. No hay en su esencia nada de ocultismo ni su presentación es esotérica.